lunes, 3 de octubre de 2011

III-X-MDCCCXVII

"Las ramas se enredaban violentamente sobre todos los miembros de mi cuerpo, sujetándolos con fuerza en su afán de entorpecer mi camino, cosa que hacían considerablemente. El sudor recorría mi frente, pero varios metros atrás éste había dejado de ser un simple sudor de agotamiento para convertirse en el sudor helado que caracterizaba al más puro terror. Estaba cerca. Notaba su gélido aliento acechando mi nuca, provocando escalofríos a través de mi columna. Mis pasos cada vez eran más lentos, y cada uno de mis músculos se sentían sin fuerzas suficientes como para continuar con la huída. El interior del bosque se hacía más impenetrable a cada segundo para cualquier ser humano que se adentrara en él, excepto para aquella bestia silenciosa que no parecía siquiera respirar. Entre jadeos de cansancio y dolor, las salvajes ramas culminaron su incesante ataque inmovilizando mis piernas y haciéndome caer inevitablemente al suelo. Cerré los ojos, esperando a que la bestia que me había perseguido durante lo que me pareció casi una eternidad me diera caza finalmente. Unos segundos después, los cuales saboreé como los últimos de mi corta vida que parecía tocar fin, noté unos afilados colmillos perforando mi cuello, ahogando mi atorada garganta en atormentados chillidos..."
Epístola 1.